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miércoles, 7 de agosto de 2013

Historia] Desaparece a su esposa por celos

[Historia] Desaparece a su esposa por celos
Río Bravo, Tamaulipas.- Aún no abrían las oficinas de la Procuraduría de Justicia del Estado, pero Mateo Coronado, alias “El Chino”, esperaba nervioso, impaciente y ya prácticamente sin uñas a que llegara el personal de la Agencia tercera investigadora, que en aquél entonces titulaba Ohamar Hinojosa Ramírez.
El motivo de la espera, era que el hombre de 34 años de edad tenía la urgencia y la necesidad de denunciar la “misteriosa” desaparición de su esposa, Guadalupe Mata Morales, quien, según lo diría ministerialmente, dos días atrás, sin previo aviso y sin dejar algún recado donde le explicara el o los motivos, abandonó la casa con todo y un dinero que tenía guardado en el ropero y que -según él- era producto de la venta de un vehículo motriz de segunda mano.
Mateo y Guadalupe se casaron años atrás y fincaron su hogar en la calle Mar de Java número 126 en el Fraccionamiento Hacienda Las Brisas; ella era obrera en la maquiladora local Euromarmol -hoy WoodCrafter- y él, esporádicamente trabajaba y a veces vendía algún vehículo usado para mantenerse.
Años antes de que ocurriera el crimen y debido a la mala situación económica por la que atravesaba el matrimonio, no faltó quien le dijera a Mateo que en “el otro lado” se ganaba el dinero fácil y a montones y eso lo ilusionó de tal manera que decidido a jugarse el todo por el todo, se fue a buscar suerte y emigró a la ciudad de Houston, Texas, dejando a su esposa “encargada” con su familia y con la promesa de que al tener el primer fajo de dólares le mandaría lo suficiente para que se comprara lo que ella quisiera.
Pero.
Siempre el pero, sin ninguna preparación académica u oficio para iniciar un trabajo seguro en el país de las falsas ilusiones, inmediatamente Mateo se vio envuelto en líos con la justicia americana y sin nadie que le ayudara o lo asesorara legalmente, fue detenido y encarcelado.
En tanto y ajena a lo ocurrido a su cónyuge, Guadalupe continuó su vida como obrera y como mujer.
Al cabo del tiempo, es decir, ya en el 2007, El Chino regresó a casa para continuar su vida, pero como el tiempo siempre cobra sus facturas, ya nada sería igual que antes; el frío recibimiento de su mujer y otras acciones muy diferentes que evidentemente no le gustaron, empezó a sospechar un posible engaño de su pareja.
Según se supo, Mateo no le dijo nada ni le reclamó durante un tiempo a su mujer referentes a sus sospechas, sin embargo, ya en su mente alimentaba algo que tendría que hacer porque su condición de “macho”, le dictaba que no tenía porque permitir que a él le sucediera una cosa así.
Para ser exactos, el 30 de junio del 2007, Mateo Coronado Arreazola denunció ministerialmente que su mujer no solamente lo había abandonado, sino que también le había robado el dinero de la venta de un carro, manifestando que la última vez que la vio, fue cuando fue a dejarla a la maquiladora, pero jamás mencionando sobre su presunción de que lo estaba engañando con otro.
Como lo marca la ley, la fiscalía envió el oficio de investigación a la comandancia de la Policía Ministerial del Estado.
El comandante Adán Nava y el personal bajo su mando, pensando que se trataba de un simple y natural abandono de hogar, iniciaron las pesquisas y lo primero que hicieron, como lo marca el librito, se entrevistaron de nueva cuenta con el denunciante, quien lejos de mostrarse sereno, el nerviosismo y las contradicciones en que incurría una y otra vez, orillaron a los investigadores a sospechar que algo grave escondía.
Los intensos interrogatorios, acabaron por ablandar a “El Chino”, quien copado y sin fuerza para seguir negando que algo sabía en torno a la desaparición de su mujer, terminó por confesar que él había matado a su esposa.
“¡Si, yo la maté, pero no quería hacerlo, solamente quería golpearla porque abiertamente me confesó que tenía otro hombre!”, dijo.
Ese día, Mateo llegó a su casa en el momento en que su mujer se estaba bañando y como quien quiere y no, pretendió meterse con ella para sostener relaciones.
Cuando intentaba abrazar a su mujer, Mateo se sorprendió al ver que en el cuello y en partes de sus senos mostraba algunas hematomas, conocidas comúnmente como chupetones.
“Hija de tu… ¿con quién te estás metiendo?”, le gritaba El Chino a la mujer, al tiempo en que la golpeaba sin ton ni son.
Tanta fue la saña empleada por el celoso marido, que en cuestión de minutos la obrera exhaló el último suspiro y fue hasta en ese momento cuando Mateo reaccionó y no supo -durante algunas horas- que hacer con el cuerpo sin vida de su esposa.
Sabedor del lío en que se había metido y consciente de que si lo descubrían iría a la cárcel, El Chino espero a que llegara la madrugada y luego, con toda sangre fría envolvió el rígido cuerpo de su esposa en una colorida sábana y la metió, sin que nadie lo descubriera, al interior de su camioneta Dodge Van que previamente acomodó casi al pie de la puerta de la casa.
Amparado por la oscuridad de la noche, la unidad enfiló hacia el sur de la ciudad y finalmente se detuvo en un paraje solitario ubicado en la brecha 116 con 8 norte, casi cerca del lugar conocido como El Sifón o La Media Luna.
Ahí, sin que nadie le ayudara, Mateo bajo con una pala y adentrándose unos metros a la maleza, escarbó lo suficiente como para sepultar el cuerpo de quien fuera su media naranja.
Terminada su macabra labor, El Chino regresó a casa y como si nada hubiera pasado, lavó el piso, acomodó los muebles y se echó a dormir, pensando en que al otro día, como así lo hizo, acudiría ante las autoridades para denunciar que su esposa lo abandonó, para así borrar cualquier huella de su felonía.
Dentro de las investigaciones que efectuó la Policía Ministerial, sobresalió el dicho de la madre de la desaparecida mujer, quien en todo momento dijo que tenía ligeras sospechas de que su yerno algo le hizo a su hija ya que era muy celoso con ella y seguido la golpeaba.
Otra situación que llevó a la PME al esclarecimiento, fue cuando realizaron una inspección ocular dentro de la vivienda, ya que ahí encontraron manchas hemáticas, mismas que según el estudio pericial, confirmó que era sangre humana, posiblemente de la mujer desaparecida.
Obra en el expediente, que Mateo Coronado no fue detenido en flagrancia del delito, es decir, por el homicidio de su mujer, sin embargo, quedó bajo arresto porque al momento de su detención, traía entre sus ropas una navaja.
Eso permitió al fiscal Ohamar Hinojosa el manejo de ambos asuntos, ya que mientras lo declaraba por el arma prohibida, ya el Juez había librado la orden de aprehensión por el delito homicidio.
Ante la jueza Rosalía Gómez Guerra, el detenido no quiso que ningún abogado lo defendiera, por lo que fue el defensor de oficio quien lo asistió durante todo el proceso.
Y fue por este conducto, que el homicida dijera que no tenía ninguna prueba que ofrecer y en consecuencia solicitó que a la mayor brevedad se le impusiera la sentencia.
Cinco meses después del alevoso asesinato, Mateo Coronado Arreazola fue notificado por conducto del secretario de acuerdos, que por el delito cometido, la jueza Rosalía Gómez le impuso una penalidad de 27 años y 6 meses de prisión.
Para cumplir con el requisito, ya que Mateo no quería saber nada de su proceso, el defensor de oficio interpuso el recurso de apelación a la resolución emitida por la jueza de la causa, por lo que la penalidad quedó sin efecto y el expediente se fue a revisión.
Ese mismo año y sin haber encontrado nada nuevo en el término legal que tiene la defensa para aportar pruebas a favor de su defendido, el magistrado al que le tocó revisar el caso decidió que la jueza Rosalía Gómez estaba en lo correcto y solamente confirmó la penalidad que hoy está cumpliendo un hombre que por el hecho de haberle encontrado unos moretones a su mujer, invadido por los celos, la golpeó, la mató y luego la sepultó clandestinamente.

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